texto y fotografía ANDREI MALDONADO
¿Qué significan 10 años? para algunos significan la vida. En el caso de quienes hemos sido asiduos asistentes al Festival de Cine Mexicano el décimo aniversario del certamen era una oportunidad inigualable para que el cine en nuestro estado se pusiera de manteles largos y echara la casa por la ventana.
Pero para quienes administran la cultura gubernamental en nuestro estado una década de esfuerzo resultó poca cosa. Para ellos el aniversario no fue más que un número de dos cifras y la edición del 2018 una más, con el único distintivo de haber sido la pugna entre dos figuras de la comunidad artística.
Uno de ellos Christian Sida, quien había estado al frente del Festival desde su quinta edición, mismo que había logrado consolidarlo al dotarlo de secciones competitivas, e iniciativas innovadoras como el jurado joven, la deliberación pública de la crítica, un programa de radio propio y la sección Hecho en Durango.
El otro implicado está inmerso en la comunidad no por ser artista, sino por ser funcionario público. Danielo Hernández, organizador del Revueltas y prácticamente la voz cantante en el ICED por encima de la directora Socorro Soto, echó a Christian de la organización e intentó denostarlo por diversos medios.
Divide y perderás: Christian organizó de manera independiente su festival y el ICED, o más bien Danielo, más por orgullo que por interés real, tuvo que mover de fechas el Festival el cual, pese a ser “el oficial”, perdió toda la cercanía que tenía con su gente, quedándose sin siquiera redes sociales.
En una decisión que parecía la adecuada, el señor Hernández Vela nombró directora del festival a Deniss Barreto, quien comenzó los trazos de lo que parecía ser un festejo digno. El programa que se perfilaba, los invitados que se tendrían y la bolsa de premios auguraban una gran celebración.
Pero, como mal inició mal se fue gestando la cosa. Deniss tuvo que renunciar cuando a libertad creativa de ella fue quedando eclipsada por el autoritarismo de Danielo. A dos meses invitados, jueces y equipo de programación abandonaron el proyecto. Se tuvo que improvisar mucho, y eso se notó.
Funciones con audiencias de apenas 30 personas, donde cuando menos 20 eran los jóvenes del staff y el resto prensa. Nada de difusión. La cereza del pastel fue una aislada clausura, alejada del público, celebrada en lo más recóndito del Paseo del Viejo Oeste, en las tinieblas, como fue todo el evento.
Vaya forma de dar la espalda al legado construido durante años. Qué forma de despreciar lo que con esfuerzo levantó en un principio Juan Antonio de la Riva y que tantos otros contribuyeron a mantener y crecer. Y no es la falta de celebridades lo que duele, duele ver butacas vacías¿habrá otro festival?
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