texto ANDREI MALDONADO
fotografía ERIC EDUARTE VILLA
Heredera de un gran apellido pero forjadora de su propio legado la primera actriz Diana Bracho es ejemplo de belleza y talento que ha perdurado a lo largo de los años y que con motivo de la instauración de la Cátedra en honor a su padre, el cineasta duranguense Julio Bracho, los asistentes al primer Festival Internacional de Cine de Durango tuvimos la oportunidad de ver nuevamente después de 10 años de su última visita a estas tierras.
Cine, televisión y teatro. Todas estas expresiones has podido llevarlas a cabo en tu carrera con gran éxito ¿cuál te gusta más, cual te demanda más?
Todas me demandan igual. La gente no sabe por lo que tiene uno que pasar para sacar a un papel en una serie. Hace dos años hice El Hotel de los Secretos y teníamos jornadas de 15 horas diarias. Era estar en una locación, regresar al foro, ir a otra locación. Es un desgaste no solo físico si no también emocional. Y el cine y el teatro es lo mismo. Cada uno tiene sus propias demandas pero siempre te piden el cien de tu profesionalismo, tu pasión, tu entrega, tu respeto. Es un trabajo maravilloso pero muy demandante.
Eras una chica muy joven cuando estuviste en El Castillo de la Pureza bajo la dirección de Arturo Ripstein ¿qué significó para ti esta película que a la larga detonó tu carrera?
Gracias por lo de chica, te invito un café (risas) fíjate que no era tan chica, como buena actriz siempre fui muy mentirosa, siempre me he visto más joven de lo que soy. Cuando hice El Castillo de la Pureza el personaje debería tener 16 o 17 años y yo tenía 27. Nunca me quito la edad porque tengo la teoría de que una actriz tiene los años que representa. En su vida privada puede tener su edad cronológica, pero en pantalla siempre tendrá la edad de su personaje. Lo terrible sería estancarte en un personaje y siempre quererlo hacer aunque no te dé la edad.
Para mi esa película fue la puerta de entrada para llegar a un gran cine que se estaba haciendo. Bajo una dirección fantástica y con un elenco del que aprendí muchísimo. Siempre estaré agradecida con ese momento en el cual no encontraban a una chiquilla flaca y ojerosa y me encontraron a mí (risas).
¿Cuál es tu opinión sobre la situación que vive actualmente el cine mexicano a nivel actoral?
Yo creo que los jóvenes actores están muy bien preparados, incluso mejor que muchos de mi generación que fuimos autodidacticas prácticamente. Muchos de los grandes personajes no eran grandes actores, otros sí. Pero ahorita los chavos están muy bien preparados, sobre todo en el teatro y en el cine. Me fascina trabajar con ellos. Cuando entras a una edad corres el riesgo de creértela y estancarte, pero cuando estás con los jóvenes te exiges a rompértela en cada escena.
¿Qué sientes de estar en la tierra natal de tu padre a punto de inaugurar la cátedra en su honor?
Para mí es una experiencia indescriptible. Están haciendo una gran labor por el arte y la cultura de Durango. Estoy muy agradecida a nombre de mi padre por esta Cátedra Julio Bracho la cual me parece justa. Agradezco a Juan Antonio (De la Riva) la sensibilidad que siempre tiene hacia el cine mexicano. Es un gran conocedor de este cine y de sus valores. Por eso me siento muy feliz, por mi padre, que murió hace 38 años pero que regresó a Durango justo hoy.
Para terminar cuéntanos de tu experiencia con Miguel Littín en Cartas de Marusia
Estaba muy triste en las escaleras de los Estudios Churubusco por un asunto profesional y en eso me encuentro con Miguel Littín quien me muestra el guión de Cartas de Marusia y me dice que quiere que haga el papel de la maestra del pueblo. Estábamos en la película casi todos los actores mexicanos del momento filmando en un pueblo de Chihuahua con un sol inclemente durante el día y un frío tremendo en las noches, pero con gran alegría de estar haciendo una película con gran contenido político y social. Fue una maravillosa experiencia.
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