domingo, 27 de septiembre de 2015

Me quedo contigo: una borrachera de incongruencias

por EDUARDO CAMPOS ZAVALA

¡Acción! No es difícil asociar el mundo en que se desenvuelven los artistas con todos los adjetivos existentes que describen el término “frivolidad”. Aunque la realidad de los profesionistas de la actuación sea distinta, el estereotipo se encuentra muy arraigado en el pensamiento colectivo. Artemio a secas, como el mismo director firma su obra, lo sabe y explota convenientemente en su visceral ópera prima “Me quedo contigo”.

Contada en dos actos disímiles entre sí, la película inicia con la toma de una barda en donde se lee la frase que la titula. La tipografía aniñada cuenta con matices rosados y es a todas luces femenina, haciendo juego con el entorno que queda pronto al descubierto y en donde la música estilo “tonti-pop” cobra un papel importante.

Es en ese ambiente empalagoso donde Esteban, joven actor interpretado por Diego Luna en una aparición relámpago, invita a Natalia, su novia española, a viajar a México para formalizar la relación. Más música pop de la corrida española. Más gente bonita y algunos guiños que remiten a populares comedias románticas de procedencia estadounidense.

Sin embargo, el espectador se encuentra próximo a recibir un batazo de béisbol en la nuca. Así, adolorido y destanteado, sabrá que la trama ha dado un tétrico giro cuyo desarrollo peca de ser retorcido, incómodo, retador y al mismo tiempo divertido y hasta cómico.

En un México empeñado en proseguir con la malinterpretación vitalicia del término “equidad de género” y cuyos funcionarios públicos (hombres en su mayoría) convierten el “empoderamiento de la mujer” en ventajistas actos de proselitismo; las “Chicas-superpoderosas” de la historia de Artemio demuestran que para bien o para mal, “el sexo débil” es solo una oración mítica de caducidad cercana.

“Me Quedo Contigo” posee bondades múltiples. Destaca la habilidad del novel director para mantener un ritmo ágil y fluido, en especial durante ese segundo acto donde el rumbo de la historia se define y las máscaras iniciales se caen al suelo del mismo modo que los convencionalismos sociales que las sujetaban.

Aquí conviene ejercitar la habilidad de leer entre líneas: las metáforas que se presentan conforme avanza la cinta son bastas en número y de un ingenio digno de aplausos. Todas ellas encuentran soporte en un mismo fenómeno: la superficialidad que animaliza a las altas esferas del país: aquellos segmentos de élite, amigos de los políticos, poseedores a conciencia de un poder magnánimo que los separa de los ciudadanos comunes y corrientes.

Se debe destacar la naturalidad de las interpretaciones entregadas por el cuarteto de actrices principales. Flor Eduarda Gurrola y Ximena González-Rubio aportan escenas por demás valientes que quedarán marcadas en la mente de quien ose ver la película. Sin embargo, es el papel de la ibérica Beatriz Arjona el más rico en sutileza y a la vez en complejidad. Su bien ejecutada “Natalia” nos demuestra que más allá de negaciones y diferencias culturales, la violencia es algo intrínseco e inevitable en el ser humano.

Resulta imposible para quien consume cine de forma habitual el no comparar “Me quedo contigo” con otros trabajos que también tocan el tema de los roles invertidos de poder de forma acertada. Aunque la ópera prima en cuestión logra diferenciarse y brillar con luz propia gracias a los contrastes en su desarrollo, a los novedosos recursos creativos que ofrece, a sus cuantiosas referencias cinematográficas, al cinismo de las protagonistas y a la enfermiza (pero divertida) complicidad que se construye entre ellas y el espectador.

Repulsiva. Ofensiva. Morbosa y grotesca. La lista de calificativos es grande y todos tienen espacio en la descripción del largometraje objeto de esta crítica. Me permito añadir dos adjetivos más: reflexiva e inteligente. ¡Corte!

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