jueves, 1 de marzo de 2018

La Forma del agua: La forma del amor

texto ANDREI MALDONADO

“Incapaz de percibir tu forma, te encuentro siempre a mi alrededor. Tu presencia llena mis ojos con tu amor, hace más humilde mi corazón. Estás en todas partes”.

¿Qué pasaría si en vez de ver cómo lucimos externamente viéramos cómo luce nuestro interior, si suprimiéramos el lenguaje y empezáramos a guiarnos sólo por los sonidos de la naturaleza? El amor toma muchas formas, incluso la del agua. La “monstruología” de Guillermo del Toro nos trae The Shape of Water, un discurso sobre el amor y la aceptación.

Eliza es muda, le arrancaron las cuerdas bucales cuando fue abandonada de bebé. Huérfana, vive en su propio mundo de rutina donde sus únicos amigos son su compañera de trabajo Zelda, una mujer afroamericana que no para de hablar y Giles, un viejo artista gay sin empleo. Pese a trabajar en la Agencia de Investigación Aeroespacial con toda clase de experimentos extravagantes, su vida transcurre sin sobresaltos, hasta un día.

Provenientes del Amazonas vienen dos monstruos. Uno, un humanoide anfibio que era venerado como un Dios. El otro es Strickland, el hombre que lo capturó. Sin proponérselo Eliza conectará con el monstruo a partir de lo más básico, la comida. Pero poco a poco descubrirá que este ser no solo es capaz de entender el lenguaje de señas o la música, sino que es capaz de amarla, de verla como es, quizá como ninguna persona la ha visto.

El discurso de la película deja ser solo una historia imposible de amor y toca el contexto social en el que se desarrolla la trama, pues en plena conquista del espacio, en plena Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, entre Laika, Yuri Gagarin y espías rusos el hombre se había olvidado de ver a sus hermanos. El negro, el gay, el viejo, la mujer, los discapacitados, los pobres, ninguno era parte de “su” sociedad.

¿Quién es el monstruo, el que no luce como humano o el que, siéndolo, no se comporta como uno? La forma del agua habla también del respeto a la naturaleza, a lo que no conocemos y no debemos trivializar, a las culturas primitivas. Expone el frágil equilibrio que sostiene a una sociedad cuyas bases están sentadas en la explotación de los recursos, el menosprecio a la vida y los abusos que se hacen en nombre de la ciencia y el progreso.

Del Toro exhibe de paso al típico modelo americano de los 50’s y 60’s. Un Cadillac en la cochera, un césped bien cuidado por una hacendosa ama de casa vestida al estilo Pin-up. Niños con cabello rubio que quieren ser como papá, que irán a la guerra para que rusos, cubanos, latinos y negros no conquisten el mundo. Donde Washington es la capital del mundo y la vida en los suburbios es transitoria, apenas una ilusión para la clase media.

Un discurso muy sobrio fortalecido por una música excepcional, con un trabajo de arte impecable y una fantástica fotografía. Con homenajes al cine como la bella escena donde el monstruo se queda admirando la pantalla del cinema. Actuaciones brillantes redondeadas por un gran vestuario y el siempre fenomenal trabajo de maquillaje que caracteriza a Guillermo y que tantas historias y buenos personajes nos ha brindado durante años.

Del Toro presenta dos premisas. Lo arbitrario e innecesario que es el lenguaje cuando la realidad que se nos presenta es protagonizada por dos seres sin habla, y que no se necesita tratar de romper la narrativa ni realizar complejas historias contemplativas para maravillar al mundo. Utilizando los elementos clásicos del drama (una princesa, un príncipe, un villano, una cuestión por resolver, inicio, clímax y desenlace) Guillermo gusta y encanta.

Apenas comienza el 2018 y el cine ya nos regaló su primera joya. Más allá de los alcances que The Shape of Water pueda tener durante la temporada de premios se trata de una película que ya se nos metió, a más de uno, en lo profundo del corazón, y seguramente nos acompañará toda la vida. Porque las formas importan, pero sólo si es la forma del amor.

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