sábado, 13 de enero de 2018

Iván Ávila Dueñas: un cineasta de provincia

texto y fotografía ANDREI MALDONADO

De las muchas cosas que se pueden destacar de la filmografía del director zacatecano Iván Ávila Dueñas (Adán y Eva Todavía, La sangre iluminada) me quedo particularmente con ese gusto por el terruño tan identificable en cineastas como el duranguense Juan Antonio de la Riva, curiosamente uno de sus maestros. Durante su visita a Durango con motivo de la proyección de La Habitación, película integrada por varios fragmentos dirigidos por diferentes directores mexicanos entre ellos el propio Iván, tuve la oportunidad de charlar con él sobre su cine y su muy particular forma de retratar a Zacatecas en sus historias, en un país enmarcado por el centralismo fílmico.

¿Te has cuestionado por qué te decidiste por el cine y no por otras expresiones artísticas?
Totalmente, me lo cuestiono todo el tiempo. Sobre todo lo hice cuando decidí estudiar cine. Tengo una formación más plástica, estudié muchos años pintura y dibujo. Cuando estudié comunicación en algún momento al final de la carrera me di cuenta que el cine podía conjuntar por un lado la parte visual y por otro el texto y decidí que por ahí era mi ruta.

¿Cuál fue la primera película con la que sentiste que el cine era algo más que un simple entretenimiento?
Fíjate que últimamente me lo he preguntado porque recientemente hablaba con un par de amigos sobre eso y no lo tengo muy claro, pero creo que es Un mundo salvaje, esa creo yo fue la primera película que me marcó y me dijo que el cine podía ser otra cosa.

¿Qué cineastas y qué películas te han influenciado?
Muy difícil, pero yo te diría que mi primer aproximación seria al cine fue a través de Buñuel, mi tesis de licenciatura fue sobre el cine mexicano de Luis Buñuel y con él fue como aprendí cómo se narra, qué se narra, dónde se repite y por qué. La parte mexicana de Buñuel me explotó la cabeza y me fascinó, sobretodo la manera de insertarse dentro de un mundo comercial y hacer lo que le daba la gana.
Es mi cineasta favorito, pero no por eso deja de haber otros que me han influenciado. Me gusta mucho el cine asiático, mi cineasta japonés preferido es Shohei Imamura. Admiro mucho a Yasujiro Ozu, Wong Kar-wai, Michael Heneke, Luc Bresson… el mundo del cine es tan amplio que hay cineastas que te pueden enseñar una cosa específica con una sola película.

De Adán y Eva Todavía a El peluquero romántico ¿qué ha madurado o cambiado en tu forma de hacer cine?
Madurado no sé, siento que muy maduro no soy. El proceso de hacer cortometraje me ayudó a definir mi estilo, cuando menos mis intereses, y los largometrajes me ayudaron a entender que el estilo cambia, y por ello hay cosas de mi estilo de filmar que usaba antes y que ya no puedo filmar así, las perdí, y ya no puedo hacer nada. Porque aunque quieras volver a poner la cámara como lo hacías en un principio ya no puedes porque tu lenguaje evolucionó. Los intereses de cada película son diferentes y las películas te van cambiando el estilo. A veces ese cambio de estilo es muy doloroso porque significa profundizar, meterte en honduras y en cosas que no son tan fáciles de sobrellevar. Y si bien algo sobrevive de tu estilo original éste se va moviendo tofo el tiempo.


¿Te consideras a ti mismo un cineasta de provincia?
Sí, totalmente. Me formé como cineasta en la Ciudad de México, donde fui asistente de director en varias películas. Juan Antonio de la Riva fue al primer director al que yo le asistí un largometraje y con él lo que más aprendí fue a darle importancia al terruño, a la identidad, a lo personal. Vidas Errantes y Polvo vencedor del sol me parecen unas joyas por esa sinceridad, por hablar en primera persona de un lugar y una historia que tú conoces, de paisajes que al resto del país les es desconocido.

Para mí la enseñanza de Juan es ‘voltea a ver lo que conoces’, y curiosamente en mi proceso formativo en Guadalajara fue muy importante Jaime Humberto Hermosillo, que me hablaba de ello y descubrí que Juan había sido su discípulo y que había sido asistente de películas que me habían gustado mucho como Naufragio o El cumpleaños del perro, películas que eran para mí muy importantes porque reflejan la sociedad que Jaime Humberto conocía, y empecé a voltear a ver lo que había en Zacatecas. Los zacatecanos somos muy clavados en la historia de nuestra ciudad, de nuestro estado, y entonces en algún momento regresé después de mucho tiempo de no estar ahí para tratar de filmar un documental sobre la historia del territorio. Zacatecas es un punto de inflexión importante para mí, dentro de los temas que me gusta filmar es una parte fundamental.

¿Qué proyectos tienes en puerta?
Es muy difícil hablar de proyectos porque luego no salen y queda uno mal (risas). Siempre estoy escribiendo, dedicarte al cine en México implica tener varias pistas a la vez, le llamamos ‘El circo de cinco pistas’ porque nunca sabes cual vas a usar. Debes estar trabajando en la peli que estás escribiendo, la que estás filmando, la que estás editando, la que estás promoviendo y pensando la que vas a escribir.

Tengo en mente trabajar un documental que sea la continuidad de mi primer trabajo documental, Zacateco, y lo tengo pensado filmar el año que viene, no lo sé, nunca se sabe. Tengo un trabajo que se llama Chichimeca sobre los cazadores recolectores zacatecos y chichimecas de la sierra de Durango en 1553, un guion ya terminado, y estoy escribiendo una nueva ficción que quiero filmar en 16 milímetros y de la cual aún no sé nada, sólo sé que la empezaré a filmar este año y que es sobre una secretaria (risas). Siempre tengo la línea de proyectos que debo trabajar muy estructurados y otros mucho más libres, a guion abierto, mucho más experimentales, una línea que he procurado conservar siempre y en los cuales me permito incorporar otro tipo de registros e imágenes.

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